Licaón el de la loba, que que aúlla en luna llena como lo hacen los lobos, rey de Arcadia e hijo de Pelasgo, realizaba en su castillo sacrificios humanos en honor a Zeus Licio, esas prácticas ya habían quedado prohibidas, sin embargo, Licaón seguía realizando dichos sacrificios y comía la carne de sus víctimas.
Un breve relato…
Níctimo se encontraba en las afueras del palacio recostado en uno de los jardínes, miraba hacia el cielo, era una noche estrellada, despejada de nubes, mientras se preguntaba cuándo terminaría la tiranía de su hermano Licaón, lo que hacía era repugnante, la anterior noche presenció cómo destrozaba a niños pequeños, los ofrecía como sacrificio a Zeus Licio y luego los servía en un banquete, en ocasiones obligaba a los presentes a ser partícipes de aquello, ese salvajismo ya había quedado atrás, pero su hermano seguía las antiguas costumbres e incluso parecía disfrutarlo. De repente un fuerte viento soplo y con ello trajo nubes, relámpagos y una lluvia torrencial empezó a caer, Níctimo fue a resguardarse en el palacio aunque aborrecía presenciar lo que hacía Licaón. En cuanto entró de nuevo al palacio sintió un fuerte golpe en la nuca cayendo en seco y siendo arrastrado por dos extraños.
En las afueras del palacio merodeaba un anciano, iba encapuchado, de anchos hombros e iba encorvado, caminaba apoyado de un bastón hacia el palacio de Licaón en búsqueda de refugio pues una tormenta se avecinaba y no tenía donde resguardarse.
Se acercó hasta llegar a las puertas del palacio donde dos guardias interceptaron su camino y le preguntaron:
– ¿Qué quieres anciano? ¡lárgate de aquí!- se dirigió uno de los guardias al anciano encapuchado empujándolo con su lanza.
– ¿Está es la hospitalidad que ofrece tu rey a quienes buscan refugio? – se expresó el anciano con voz ronca.
Los dos guardias se quedaron viendo y accedieron de mala gana la entrada a este extraño viajero.
Uno de los guardias lo dirigió hacia la sala principal alumbrada con varias antorchas a los costados, en medio se encontraba una larga mesa de madera con varios platillos encima, alrededor de la mesa se encontraba el rey Licaón con algunos de sus hijos y hombres de caza más allegados.
El guardia que escoltaba al anciano se acercó a Licaón diciéndole:
– Señor, este anciano estaba afuera del palacio, solicitó asilo por esta noche.
Licaón se le quedó mirando al anciano y con una sonrisa como quien planea una travesura le dijo al guardia:
– Siéntalo en la parte extrema de la mesa, enseguida le servimos un platillo especial.
El guardia se acercó de nuevo al anciano y lo sentó en el extremo de la mesa, tal como se lo habían ordenado, acto seguido se retiró del lugar. El anciano y Licaón sostenían miradas, ya no había lugar a dudas, Licaón sabía quién se ocultaba detrás de la capucha. Licaón hizo un ademán con la mano hacía uno de los sirvientes y ordenó que le sirvieran algo de comida a aquel anciano. Después de un par de minutos uno de los sirvientes se acercó al anciano y le dejó un plato cubierto de carne fresca aún adherida a los huesos.
Aquel anciano enfureció al ver el platillo y presenciar lo que los demás huéspedes estaban comiendo, pues aquella carne servida era carne humana mezclada con carne y grasa de otros animales, el platillo que le habían servido era la carne de Níctimo, de pronto de sus ojos y manos destellaron chispas, se levantó de la mesa y su gran estatura y corpulencia atrajo la mirada de todos dejando en silencio la sala, un relámpago salió de sus manos quebrando la mesa en dos.
Licaón quien lo había estado observando con una sonrisa en el rostro dijo en voz alta:
– ¡Zeus Licio! Es un honor que nos acompañes.
– Desgraciado seas hijo de Pelasgo, te has atrevido a servirme a tu propio hermano, son unas bestias – Mencionó Zeus con furia en sus palabras.
De los brazos de Zeus empezaron a emerger rayos que tenían forma de serpientes blancas e iba quemando todo a su paso, mientras todos los allí reunidos corrían, pero tan pronto echaban a correr un rayo los alcanzaba dándoles muerte.
Licaón había logrado salir del palacio y corría hacia el bosque pero Zeus desde lejos le lanzó un rayo y pronunció:
– Te comportas como una bestia, entonces te convertirás en una.
El rayo que le dio alcance transformó a Licaón, poco a poco le fue creciendo pelo en todo el cuerpo, le salieron garras y colmillos afilados y hocico como perro, Licaón era ahora un lobo que huía a través de los árboles de aquel espeso bosque.
Aquel palacio fue consumido por el fuego y Zeus tomó lo que quedaba de Níctimo y lo llevó al Olimpo donde solicitó a Asclepio hijo de Apolo que lo devolviera a la vida.
Desde aquel entonces se retomó la palabra licantropía para referirse al hombre lobo.