Fuego de Prometeo

Prometeo el previsor, hijo de Japeto y de Gea, de la estirpe de los titanes y el más astuto de sus hermanos, tomó el barro frío y húmedo que su madre Gea le ofreció, aquella tierra, primigenia y fértil, se deslizaba entre sus dedos tomando forma lentamente bajo su sabia mirada. No buscaba replicar la perfección distante de los olímpicos, sino insuflar una chispa diferente, una mezcla terrenal de lo sublime y lo celestial. Con un gesto deliberado, tomó la esencia dual que danzaba en el cosmos, la luz de la bondad y la sombra de la malicia, el ímpetu salvaje de la bestia y la curiosidad inquisitiva del espíritu, la amalgamó en el corazón de su criatura de arcilla. Era un acto de amor y, quizás, de una silenciosa rebeldía contra el orden celestial.

Un fulgurante destello se reflejó en la mirada de Atenea al presenciar la creación del titán y sintió dentro de sí un silencio pétreo, pues a la figura aún siendo esculpida a imagen y semejanza de los dioses carecía de la fuerza que mueve a las criaturas existentes del cosmos. Suavemente como el dulce y cálido viento de primavera que acaricia los cabellos, sopló a través de la figura de arcilla, le dió el animus, el hálito cósmico que despertó en aquella creación la facultad de la consciencia.

Pero en el alba de los sentidos, los primeros seres vagaban errantes por los fértiles valles de Gea, solo permanecían en la quietud de la existencia, sombras inertes sin propósito alguno, ocultos en el silencio del conocimiento.

Fue entonces que la voz de Prometeo, grave y resonante como el eco de las montañas guío el corazón de su creación. Con la paciencia de un astro que guía a los navegantes, les desveló los misterios celestes y los secretos ocultos en el corazón de la tierra. Les enseñó la melodía de las herramientas, el arte de plasmar sueños en la piedra y la madera.

Lentamente, la quietud se desvaneció como la niebla al amanecer y el silenció que aguardaba su mente comenzó a llenarse del sonido del conocimiento, la curiosidad floreció como una primavera tardía en sus almas recién nacidas.

Pero más aún, bajo el manto del titán y la sabiduría adquirida en todas las artes, las criaturas de arcilla permanecían imperfectas, como lienzo esperando el trazo divino, faltase la chispa ígnea, aquella fuerza creadora y destructora proveniente de la misma naturaleza, pero Zeus Cronida amontonador de nubes prohibió develar los secretos del fuego divino ¿Temor acaso por la fuerza destructora que podría yacer en manos de seres mortales? o quizá ¿Amor a la creación del titán de no verlos destruidos por sus propias manos? Aquel misterio guardaba el decreto.

En la búsqueda de la plenitud de su invención, con su corazón inflamado, Prometeo se acercó al carro de Helios, la hermosa nave que surcaba el éter desde donde emanaban las rosadas luces que despuntan el alba hasta donde la penumbra descorre el velo de la bóveda celeste y con un trozo de madera en manó la aproximó a las flamas danzarinas que emanaba el rastro de los ígenos corceles, la madera ardió y tan veloz como un ave que emprende el vuelo Prometeo dio a su creación el fuego, la llave incandescente que forjaría su civilización.

Apenas el Señor del Olimpo vislumbró aquella flama danzando en las manos terrenales, su cólera se encendió como un rayo en noche tormentosa. La osadía del hijo de Japeto, aquella luz robada, encendió su furia, cual torrente desbordado, se abalanzó sobre el rebelde.

Lo arrastró a las cumbres escarpadas del Cáucaso, morada de vientos gélidos y silencios eternos. A Bía, la fuerza bruta, y a Kratos, el poderío implacable, encomendó una tarea sombría, el encadenamiento del Titán. Allí, en la soledad de las alturas, un águila voraz, se alimentaría eternamente de su hígado.

Así pasaron las estaciones pero los años mostraron piedad con su perpetua condena, pues fue Heracles, el héroe divino, quien sintiendo tristeza en su corazón al ver al titán caído lo liberó de su eterno castigo.  

Quien ha aprendido a aceptar el inconmovible poder de la necesidad, debe sufrir lo que decreta el destino.

Prometehus.